jueves, 17 de mayo de 2012


 

LOS NÁUFRAGOS


Ayer falleció mi hermana en el sanatorio Fray Juan Gilbert Jofré. Entre sus objetos personales una primera edición del Aleph y dos volúmenes de la Odisea. Había perdido toda lucidez, su último escrito daba buena fe de ello:

"Anoche me fue revelado el verdadero fin del poema. Un día de primavera el hombre llegó del mar. Iba descalzo y vestido como sólo un náufrago o un vagabundo pueden hacerlo. No obstante en su paso solemne y en su mirada brillante de imaginación todos reconocieron al fecundo en ardides.

Ese mismo día se celebraba en Ítaca la elección del pretendiente de Penélope; numerosos hombres faltos de escrúpulos venidos de toda Grecia competían por el favor de la entristecida reina.

Este es el primer dato erróneo de la versión de la Odisea que ha llegado hasta nosotros. En ningún momento Ulises ha de demostrar que es quien obviamente es, -pues en aquella época la verdad no se había rebajado a tener que probarse-, sino que los numerosos pretendientes se abren a su paso, temerosos del legítimo rey; algunos huyen avergonzados saltando por las tapias, otros luchan desesperadamente contra el mar. Un tercer grupo, menos numeroso, queda inmóvil sobrecogido por la repentina mirada llameante, llena de vida que Penélope dirige a Ulises.

De ese modo, el rey volvió a los brazos de su reino, a su mirada floreciente de paraísos inconcretos. Sintió sus dedos finos y nerviosos corriendo por su barba y el correr del pelo moreno de Penélope por su cara le colmó de una alegría tan antigua como el mundo.

Los pretendientes, asombrados por la grandeza del hombre, escucharon cómo éste se dirigia a ellos
"Yo decidí el signo de una guerra. Yo, Ulises, sobreviví a la guerra, a los dioses y al destino. He presenciado el horrible correr de la sangre de los hombres, he navegado a la deriva durante meses, y sólo el constante recuerdo de Penélope me mantuvo con fuerzas para seguir luchando contra una voluntad terriblemente superior a la humana. Mientras, vosostros os rebajábais a tentar a vuestra reina, o peor aún: a una mujer enamorada. De modo que mi venganza no es otra que el destino que los dioses tengan reservado a hombres como vosotros. Mi venganza no es otra que la de olvidaros sin piedad".

Acto seguido, Penélope lo tomó para llevarlo a aquel rincón apartado de la isla donde hacía tantos años, antes de la guerra, construyó el pequeño embarcadero en el que ella pacientemente lo había esperado tantas noches de luna llena, le contó cómo tontamente se había sobresaltado al ver cada navío en el horizonte, anhelando que fuera el suyo, le recordé el hermoso velero en el que navegamos en torno a la isla, cómo la veíamos cubierta del verde de los olivos, salpicado de rebaños tan blancos que se confundían con las nubes.

Le dije que yo, Penélope, le seguía esperando".

Hoy sé por qué la encontraron muerta sobre el agua -el cambio de tercera a primera persona en el último párrafo me hizo llegar a esta conclusión- Penélope se entregó al mar, pensando que se entregaba a Ulises.

Carlos González

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