jueves, 17 de mayo de 2012


 

LA NATIVA


Recuerdo los días en que ella se estresaba tanto que necesitaba ir corriendo hasta la playa, sentarse en su habitual sitio, y simplemente mirar el mar.
...
La gente siempre decía que ella estaba un poco mal de la cabeza, y que debía ir al psiquiátrico cuanto antes. Recuerdo una ocasión donde unas mujeres intimidadas por su comportamiento tan distinto al suyo, la atacaron, hasta dejarla tirada en el suelo, casi inconsciente; desde ese momento intentó ser más cuidadosa con sus acciones, y en la tienda no solía hablar con las clientas de temas más lejanos que el precio de las alubias y lentejas de oferta.

A pesar de todos los malos rumores sobre ella, yo siempre pensé que era una sirena; con su belleza indomable, su mirada inquieta, su espíritu vivo y salvaje, y el hecho de que nadie nunca supo de donde venía, aunque el no conocer nuestro idioma, la delataba como nativa.

El día que desapareció pensé que había vuelto al mar, y por eso, le dejé una silla en el embarcadero, para que pudiese volver al lugar donde solíamos pasar nuestras horas muertas, admirando la inmensidad del océano, lo que le relajaba y tranquilizaba.

Siempre albergué la esperanza de que volviera.

Pero nunca volvió.

Lía.

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